La piel de la ballena The skin of the whale
La piel de la ballena. Tamaño 140 x 75 cm.
FOTOS: PEDRO ARNAY
En esta isla-ballena, del paso del hombre solo quedan vestigios sumergidos, como los restos fangosos que emergen periódicamente de los pantanos. De San Brandán, el santo irlandés que la confundió con una isla, solo quedan las ruinas de su iglesia. De los puertos desde los que los balleneros sembraron de muerte los mares, quedan edificios vacíos y el siniestro esqueleto de sus barcos. Permanecen también las marcas sobre su espalda que han dejado los arpones, y los surcos dejados en su carne por los cientos de miles de barcos que cruzan una y otra vez los mares dejando una estela de desolación y muerte.
De su sangre, en mi maqueta han quedado corales rojos. De su aliento, gaviotas y álamos blancos.
In this island-whale, the passage of the man only remains submerged, like the muddy rest that emerge periodically from the bottom of the marshes. San Brandán, the Irish saint who confused the animal with an island, remains only as a ruined church. Of the ports whence the whalers ravaged the seas, there stay empty buildings and the sinister skeleton of their ships. There are also the marks on his back left by the harpoons, and the routes in his flesh of the hundreds of thousands of ships that cross the seas, leaving a wake of desolation and death.
Instead the blood of the whale, in my model there are red corals. Instead his breath, gulls and white poplars.
Galería de La piel de la ballena The Skin of the whale Gallery
El coral rojo de la sangre vertida en su caza
El puerto ballenero norteamericano desde el que partieron innumerables balleneros para dar caza a las ballenas
Una bandada de gaviotas sobrevuela un bosque de álamos blancos; la respiración del animal se funde con el vuelo y la espuma.
A lo largo y ancho del mundo se procesaban todos los componentes de la anatomía de la ballena: grasa, huesos, barbas, esperma... el siglo XIX se impulsó gracias a la explotación del animal.
A día de hoy, Japón continúa la atroz cacería de las ballenas, con la excusa de la experimentación científica.
Peces rojo sangre siguen la estela de las ballenas heridas.
La luz que guió a los siniestros balleneros de vuelta a puerto con los cadáveres listos para descuartizar.
Lo que queda del paso del santo irlandés por la piel de la ballena.
Aquí reposa la blanca estructura del Pequod, mecida por los cantos del Jonás bíblico.