Menú es una provocación silenciosa. Cuando vemos una carta, no pensamos que la lista de platos es, en realidad, la lista de los horrores y el sufrimiento que padecen millones de animales de granja. Al menos durante un instante, el espectador es consciente de que los animales no son sólo nombres de un plato de comida, de que su sufrimiento es ya parte del menú. La muerte de seres vivos, con emociones, dolor y conciencia, aparece en los platos de los restaurantes en un listado sin escrúpulos. Inspirado por mi querida Elisabeth Costello, personaje real en los corazones animalistas, este menú tiene la forma de un campo de concentración, horror también silenciado en su día por quienes convivían con él y del que hoy tanto nos avergonzamos.

Tras la gran aceptación obtenida por el Retablo de los Inocentes, obra sobre la que muchos espectadores proyectaban la alegría sencilla de ver animales bellos y libres, este Menú constituye su espejo brutal: estos son animales que padecen un sufrimiento infinito en granjas y mataderos para acabar siendo comida en los platos de muchas de esas mismas personas que, celebrando su belleza, no tienen inconveniente en comérselos.